lunes, 10 de julio de 2017

RELATO DE UN ALCOHÓLICO ARREPENTIDO


Pintura de Joey Martínez. Twitter: @WiseOne1978
Una vez desperté semiconsciente en el cementerio, al lado de una tumba medio excavada y destruida; vomitado, completamente sucio y sin saber por qué estaba ahí. Había tratado de exhumar el cuerpo de una mujer para tener relaciones sexuales con él. No sé cómo llegué hasta ahí, pero llevaba tres días de estar completamente ebrio.

Hubo dos etapas en mi alcoholismo. De los 15 a los 24 años bebí para divertirme, vida loca, hasta vomitar. La segunda, a partir de los 24 (después de una relación amorosa que me destrozó hasta los huesos), comencé a beber para destruirme. No me importaba si duraba días ebrio o si cometía delitos, o si despertaba al día siguiente en otra ciudad. Comencé entonces a usar drogas más potentes.
Ésta ha sido mi etapa más destructiva. A veces despertaba en la calle, otras veces en el cementerio, la cárcel, la casa de un amigo… Lo único que me importaba era cómo me iba a embriagar ese día. Bebía frecuentemente en el cementerio, ya que desagradaba a mis amigos, y cuando me aburría vagaba alcoholizado en el centro de la ciudad de noche. Caminaba hablando conmigo mismo; lloraba en alguna esquina, gritanddo el nombre de la chava que me decepcionó; buscaba en el dispensario de la iglesia a mi psicóloga; pedía dinero para mi siguiente bebida alcohólica; inventaba historias para platicar con las personas… Una vez intenté entrar a la morgue de un hospital para tener sexo con los cadáveres.

A veces salía armado con una navaja entre mi ropa, buscando asesinar a alguien. Gritaba injurias a otros esperando tener una riña y matarlos o que ellos me asesinaran a mí. Intentaba violar a las mujeres y estrangularlas, o golpearlas hasta la muerte. Tuve alucinaciones de lobos que me perseguían, de espíritus hablándome y de ángeles oscuros que me decían que me suicidara. Sentí pánico de dormir, recé, esperé que todo terminara pronto; y cuando volvía a la normalidad juraba que no volvería a tomar, pero esa misma noche me embriagaba otra vez.

Poco después de iniciar mi tratamiento contra la depresión acudí a rehabilitación. Sobra decir que la mayoría de las veces acudía a terapia ebrio. Era la única manera en que tenía valor para hablar con la psicóloga. Mejoré un poco, luego lo abandoné. Aprendí a ocultar mejor las bebidas y a fabricar mi propio licor. Cuando había ley seca, las bebidas con base en alcohol etílico me salvaron la vida.

Muchas veces acudí a la casa de mi examante para asesinarla. Qué mal que nunca la encontré.

El que diga que el alcoholismo no es una enfermedad y que se puede curar cuando quieras es un completo imbécil. No puedes entender el dolor de ser alcohólico hasta que lo vives. Incluso me arreglaba y me perfumaba para las fiestas, sólo para echarlo todo a perder con mi actitud estúpida. Y luego llegó ese día, cuando después de dos o tres botellas de vino me tragué tres cajas de risperidona. Desperté vomitado, orinado y defecado en el suelo de mi cuarto, incapaz de moverme y, lo peor de todo, vivo. Una vez llamé al 060 sólo para hablar con la operadora. Estaba al borde del suicidio y a dos cuadras de lanzarme de un puente. Antes de llegar a las escaleras, la policía ya me estaba esperando para arrestarme.

Algunas veces intenté matar a mi padre. Cuando él estaba dormido, quería mojarlo con gasolina y prenderle fuego. Otras veces quería golpearlo en la cabeza hasta matarlo. Como sea, un consejo no pedido para cuando quieras matar a alguien: no lo intentes estando alcoholizado.

Exhumé cuerpos para profanarlos (en medio de risas psicóticas y violencia frustrada), espié mujeres mientras dormían, cometí delitos indecibles, robé, destruí propiedad pública, incendié… Todo en medio de una nube alcohólica que apenas me permite recordarlo. ¿Y por qué no llegué a la cárcel por cualquiera de estos delitos cuando estaba totalmente ebrio? Supongo que tuve suerte. Pero sí tuve amigos que despertaron en el CERESO, y fue un infierno en vida, pero ellos te contarán su historia.